El queso es un producto hipnotizante. Los amantes del queso son verdaderos obsesos de este producto, hasta el punto de que son capaces de recorrer cientos de kilómetros para degustar una buena pieza o gastarse importantes cantidades de dinero.
Si te consideras un buen aficionado al queso, seguro que conoces estos secretos. Si vas camino de serlo, seguro que aprendes con estos datos.
La leche, la clave del queso
Las leches más utilizadas para producir queso son las de oveja, cabra, vaca o un mix de ellas. En Manchenieto producimos queso a partir de leche de oveja. Esta leche se caracteriza por su rusticidad y por la potencia de su sabor.
El sabor es más intenso cuanto más curado sea el queso. Este es otro de los aspectos a conocer, el queso es un alimento que nace, evoluciona y madura, los matices de sabor varían durante su proceso de elaboración.
Para elaborar queso, además de leche se necesite fermento o “cuajo” y sal. En el proceso de elaboración del queso, la fase más importante es la coagulación de la leche, donde se separan los componentes sólidos, la cuajada, los líquidos y el suero.
Diferentes quesos, diferentes matices
En la elaboración del queso intervienen diferentes factores: la calidad y el tipo de leche, el empleo de un cuajo natural, el proceso de elaboración, el lugar y el tiempo de maduración (cuánto de curado es un queso) y las técnicas de afinado del Maestro Quesero.
Todo esto es importante porque el queso es un producto que aporta placer a los cinco sentidos, incluido el oído, pues la sensación auditiva mientras se mastica el queso también es crucial.
Si nos sometemos a una cata de queso, o bien probamos una mesa de quesos, es apropiado iniciarse con los quesos de menor intensidad, es decir, los frescos. De ahí pasar a los quesos semicurados y finalizar por los de maduración más alta: curados, viejos y añejos.
Un buen queso curado, viejo o añejo, deja mucho regusto en el paladar, lo que impide disfrutar de quesos algo menos intensos, enmascarando su sabor.
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